PRESENTACIÓN

Corría el año de 1553 en Constantina. En la actual calle Venero se erigía por aquellas fechas el Convento de San Francisco. Llegaba la Semana Santa de aquel año y gracias a la donación de Doña Beatriz García, una imagen de la Virgen de la Soledad recorría bajo palio las calles de nuestro pueblo, siendo éste el dato documentado más antiguo sobre la Semana Santa de Constantina.

Hoy, 450 años después, muchas cosas han cambiado pero una de ellas sigue presente y ésta es al amor a la Virgen Santísima en nuestro pueblo. Una Virgen que hoy se nos presenta más radiante que nunca dispuesta a seguir abogando por todos nosotros.

Dentro del programa de Actos que esta Hermandad ha venido desarrollando para conmemorar esta feliz fecha, es de destacar la Procesión Extraordinaria de Nuestra Señora de la Soledad el pasado 5 de julio por las calles de nuestro pueblo así como la exposición de enseres y documentos que tuvo lugar el pasado mes de agosto en la Antigua Iglesia de la Concepción, una iglesia que fue sede de la Hermandad de 1839 hasta la Guerra Civil.

Nos acompaña en este acto la Agrupación Musical de San Juan de Aznalfarache, una Agrupación que cada Domingo de Ramos, desde hace ya 11 años, acompaña con sus sones cofradieros el discurrir procesional del Santísimo Cristo de la Humildad y Paciencia por las calles de nuestro pueblo. Esta querida Agrupación ha dedicado a nuestra Hermandad hasta un total de tres marchas con los títulos Santísimo Cristo de la Humildad y Paciencia, Nuestra Señora de la Amargura y Lágrimas de Amor. Esta noche van a interpretar Santísimo Cristo de la Humildad y Paciencia, Lágrimas de Amor, Dolores y Misericordia, Cristo de los Gitanos y la composición popular Perdona a tu Pueblo. Desde aquí nuestro público agradecimiento por habernos querido acompañar en este importante día para nuestra corporación.

Hoy se pone fin a este programa de actos conmemorativos con tres exaltaciones que correrán a cargo de tres antiguos pregoneros de la Semana Santa de Constantina. La primera de ellas correrá a cargo de Don Enrique Martín Ávila, actual Hermano Mayor de la Hermandad y ex pregonero cuaresmal de la residencia escolar Los Pinos y que conoce a la perfección la dilatada historia de nuestra corporación, no debemos olvidar su licenciatura en Historia por la Universidad de Sevilla.

Le seguirá la exaltación de nuestro querido hermano Don José Luis Muñoz Alonso, Pepeíllo, como todos le conocemos y le queremos. Hermano de la Esperanza de Triana, vive con intensidad cada madrugada del Viernes Santo ocupando el importante cargo de Diputado General del Paso de Palio, dirigiendo los pasos de los casi mil nazarenos que acompañan a la Virgen camino de la Catedral. En la actualidad tiene el honor de ser uno de los capataces que pregona cada Domingo de Ramos el pasar de Nuestra Señora de la Amargura por las calles de Constantina. Pepe ha sido también pregonero de la Residencia Escolar Los Pinos y en la actualidad tiene el honor de ser el Hermano Mayor de la Hermandad de la Divina Pastora de las Almas del barrio de Triana.

Cerrará el acto nuestro hermano Don José Luis Ortiz Gómez, una persona que sirvió a nuestra corporación desde el cargo de Hermano Mayor allá por la década de los 80 y que en la actualidad es Mayordomo de la Hermandad de Nuestra Señora del Robledo. Hermano de la Esperanza Macarena, acompaña la Sentencia de Cristo por las calles de Sevilla cada madrugada de Viernes Santo derrochando esperanza por cada una de las esquinas de la ciudad. José Luis nos deleitó hace escasos meses con el Pregón del XV Aniversario de la Coronación de la Santa Madre del Robledo. Más lejano en el tiempo queda aquel sensacional pregón del cincuentenario de la reorganización de la Hermandad, pregón que centró una gran parte de su contenido en el estudio de la Hermandad de la Soledad en sus orígenes y del origen de la Hermandad del Cristo de la Humildad y Paciencia.

Hermanos aquí tenéis este atril para que nos deleitéis con vuestra prosa y vuestro verso dirigidos a la Santísima Virgen de la Soledad, 450 años pasaron y muchos quedan por llegar.

Manuel Fajardo Jurado
Antiguo Hermano Mayor

miércoles, 8 de septiembre de 2010

IMAGENES


EXALTACION DE D. ENRIQUE MARTÍN ÁVILA

Quisiera dedicar estas humildes palabras a todas aquellas personas que por enfermedad hoy no pueden estar aquí junto a la Virgen de la Soledad y en especial a Dolores Alvarez, su Camarera Perpetua. Confío en poder hacer una especie de oración dirigida a una imagen que ha tenido dos de las advocaciones más desgarradoras con las que se da culto a la Virgen: Amargura y Soledad. Estoy seguro de que Ella sabrá escucharme e intercederá por todos, el resto sólo depende de la voluntad de Dios.

Sr. Cura Párroco...

Hace 450 años, un grupo de personas de nuestro pueblo, pertenecientes a la Hermandad de la Vera-Cruz, empezaron a sacar procesionalmente, desde el Convento de San Francisco, una imagen de la Virgen bajo la advocación de la Soledad, imagen perteneciente al cenobio y que ese mismo año fue donada a los monjes por Doña Beatriz García.

Este Convento, situado en lo que hoy conocemos por el Rihuelo, era entonces un paraje situado a extramuros, prácticamente deshabitado, dicen las crónicas que era, y aún hoy lo sigue siendo, un lugar húmedo, frío y de aires destemplados. En un sitio tan extraño, surgió la primera Hermandad de Penitencia de Constantina, la primera que empezó a sacar imágenes en Semana Santa. Una Hermandad humilde y sencilla, sin pretensiones de grandeza ni de reconocimiento alguno, impregnada del espíritu franciscano donde radicaba. Una hermandad tan sencilla que todavía en el siglo XIX, el palio de la Virgen estaba formado por un cielo de terciopelo negro con estrellas de lata sostenido por ocho varales. Una Hermandad, que con ese mismo espíritu cristiano, fue uniéndose a otras y acogiendo en su seno a cuantas imágenes se quedaban sin culto. Ya en 1.594 se había unido a la del Entierro de Cristo y en el siglo XIX, cuando radicaba en la Iglesia de la Concepción, además daba culto y sacaba procesionalmente las imágenes de San Juan, la Magdalena, la Verónica, el Señor Amarrado a la Columna, el Cristo de la Misericordia, el Señor de la Peña, la Virgen del Amparo y en 1.932 una imagen de la Virgen de la Amargura.

En 1.936 esta hermandad pierde todas sus imágenes y enseres a excepción del Cristo de la Humildad, pero lo que no perdió fue ni su espíritu ni su fe, lo que la llevó, once años más tarde, a reorganizarse curiosamente en otro convento. Y teniendo siempre muy en cuenta el título de su Cristo, ir reconstruyendo su patrimonio para recuperar en 1.954 la advocación de la que fue su titular más emblemática, la Virgen de la Soledad, que como en 1.553, ironías de la historia, también en este caso era propiedad del convento en el que radicaba.

La advocación de la Soledad es una de las formas más emotivas con las que se puede venerar a la Santísima Virgen. Verla sola, al pié de la cruz, con su hijo muerto y abandonado por todos, emociona a todo aquel que la ve, como emocionó al poeta latino que le cantó aquellos versos insuperables: "Stabat mater dolorosa / iusta crucem lacrimósa", la Madre piadosa estaba / junto a la cruz y lloraba.

Este es sin duda uno de los momentos más dramáticos de la Redención. Cristo está muerto, aquel a quien creían Dios, el Mesías prometido, es sólo un cadáver, un despojo humano sanguinolento y deformado. Los que esperaban a un guerrero, a un Salvador que les librara del despótico poder de Roma, se habían quedado sin nada y humillados y decepcionados lo abandonan, dejando a su madre, a la única que todavía cree en Él completamente sola, llorando la pena inconsolable de ver a un hijo muerto, injustamente condenado y horriblemente ejecutado, pero sobre todo, ver a quienes habían sido sus discípulos negar incluso que lo conocían. Sólo José de Arimatea y Nicodemo, más por lástima que por convencimiento, bajaron el cuerpo inerte de Cristo de la Cruz y lo depositaron a los pies de su madre, dejándola unos terribles instantes sola con Él.

No sabemos como pudo ser aquella primera imagen de la Soledad, ni el cortejo que desde 1.553 empezó a recorrer en Semana Santa los alrededores del Convento de San Francisco. Posiblemente sólo un crucifijo, unos hermanos con cirio y el paso de la Virgen, de reducido tamaño, pero ya con palio. Cortejo al que pocos años después se le añadiría una urna con un Cristo muerto. Cortejo sencillo y humilde que lo único que pretendía era dar culto a Dios y a su bendita Madre, pero sobre todo, practicar la penitencia. Una hermandad de penitencia que en la Constantina de hace 450 años ya veneraba a la Santísima Virgen en su advocación de la Soledad. Imagen que desapareció en el enfrentamiento fratricida que asoló a España en 1.936. Lograron quemar la imagen, pero el rescoldo se mantuvo lo suficiente para que de sus cenizas resurgieran la Amargura y la Soledad.

La actual imagen de la Soledad salió de las gubias de un escultor valenciano residente en Córdoba, que la concibió en un principio para ser Amargura y de esta forma hizo su primera Estación de Penitencia en 1.953, vistiendo manto rojo y con un palio del mismo color sostenido por varales de madera pintados de purpurina. Salida humilde, casi podría decirse que pobre, pero acorde con las posibilidades de la época, una Constantina que estaba saliendo de una durísima posguerra, y de las de una hermandad que contaba como único patrimonio con la portentosa imagen del Cristo de la Humildad y la de esta Virgen sencilla que en su pobre paso de palio lo seguía llorosa y compungida. Pero poco a poco aquellos que habían tenido el atrevimiento de Reorganizar la cofradía que le daba culto empezaron a enriquecer su trono, aquel en el que cada Semana Santa paseaba su realeza por las calles de nuestro pueblo: varales, candelería, respiraderos, todo plateado y brillante; un manto y un palio bordados, manto rojo y palio negro, colores emblemáticos de sus dos advocaciones: rojo de Amargura y negro de Soledad, palio negro que sería como una premonición de lo que iba a suceder, que el rojo Amargura se convirtiera en negro Soledad, que el color de la sangre, de la vida generosamente entregada y derramada a borbotones, se cambiara por el de la muerte y el luto. Todo ello para consumar el sacrificio que hacía el Hijo pero que se reflejaba, de esta forma, simbólicamente en la Madre. Con todas estas transformaciones, su palio, aquel humilde paso en el que hizo su primera salida, se había convertido, gracias a la generosidad y al trabajo de muchas personas en uno de los más suntuosos de la comarca y la hermandad que le daba culto empezó a conocerse por su nombre en lugar de por el de su Divino Hijo. Pero tanto lujo y tanto honor no eran compatibles con Ella, además unas desafortunadas intervenciones en su rostro, realizadas con más buena voluntad que acierto, ajaron su belleza y aunque seguía contando con una gran devoción, decidió que ese no era su sitio, que prefería estar sola con su Hijo, acompañarlo en ese terrible momento de la muerte y del abandono de todos. Cedió su lugar a otra imagen, de aspecto más joven, con cara casi de niña, con una expresión de dolor menos desgarradora, pero que conmovía igualmente al expresarlo un rostro tan hermoso, a quien un ligero gesto le bastaba para transmitir la Amargura que inundaba su corazón.

Se retiró la Soledad con su Hijo muerto, con el cadáver del hombre, aquel que unos días antes había entrado triunfal en Jerusalén como Mesías, como Señor de un pueblo que lo aclamaba pero que a los pocos días lo abandonó y lo condenó; Señor que cargó con su cruz; Señor que esperó con Humildad y Paciencia que lo crucificaran; Señor que murió en la Cruz derramando Amor por sus cinco llagas; Señor que ahora yacía inerte a los pies de su madre; Señor de todos nosotros porque por nosotros murió en la Cruz, el mismo Señor todas las veces, el Único.

Y la Virgen se quedó sola. No necesitaba palio porque tenía el mejor, un palio bordado por ángeles sobre el cárdeno cielo del atardecer. No necesitaba joyas porque ninguna presea puede competir con la sublime belleza del reguero de lágrimas que surcan su rostro. Unicamente un puñal atravesando su pecho, el puñal del séptimo dolor, el más cruel porque no hay mayor crueldad que matar a un hijo delante de su madre. No necesitaba música porque ni la mejor banda del mundo puede aplacar su pena ni ahogar su llanto. Sólo el tenue lamento de un oboe, un clarinete y un fagot para romper el triste silencio de la muerte. No necesitaba nazarenos que oculten su rostro tras un antifaz porque quiere vernos las caras, saber quienes somos, los únicos que hemos aguantado hasta el final, los únicos que todavía creemos en Él.

Pero para su Hijo, como buena madre, lo quiere todo, quiere el paso más majestuoso que se pasea por Constantina, quiere el barco, aquel en el que cada Domingo de Ramos, su Hijo, todavía vivo, recorre en triunfo, siempre con el izquierdo por delante, las calles de su reino. Esa tarde es Cristo-Rey sentado en su trono, Rey de Constantina y Señor de nuestros corazones. Ese trono real es el que quiere la Soledad para su hijo muerto, ese trono es ahora catafalco de lujo para conducirlo al sepulcro, morada transitoria que lo conducirá a la gloria del Padre, para al tercer día Resucitar, superar su condición de hombre y alcanzar la categoría de Dios.

Y a la Soledad, a esa Virgen sencilla y humilde, apartada por propia voluntad del mundo, un día decidieron restañarle las heridas del tiempo, devolverle su belleza y darle un aguar digno de Ella. Y aunque no quería protagonismo, en el año en el que se cumplían 450 desde que empezaron a darle culto, la subieron al barco, que en esta ocasión era más trono que nunca, le quitaron el luto, la vistieron de gloria y olvidó la pena, porque su Hijo había resucitado y desde el cielo veía como aclamaban a su Madre. Y Ella a cada levantá de los costaleros se acercaba un poquito más a ese cielo, cielo azul de una tarde de verano, cielo azul como el manto que lució ese día y con el que nos protege, como madre de Dios y madre nuestra. Y así, pese a la incomprensión de unos pocos, cegados por su propia vanidad, se cumplieron las palabras del Hijo: "Quien se ensalce será humillado y quien se humille será ensalzado".

He dicho

Enrique Martín Ávila